No todas las gaviotas traen sabor a mar
cuando me acercan imágenes prestadas del azul.
Sus alas toman el blanco del amanecer,
grisáceo tinte que viste auroras de desánimos.
Depresivas merodean un espacio desinteresado de color,
irritando nubes y asustadas mariposas.
No son éstas las gaviotas que esperaba ver aquí,
sino aquellas que hicieron su hogar en la Farola,
las que llevaban aroma tíbia de sal,
del espeto y las moragas en las noches de verano.
Estas no saben reír,
ni sobrevolar el tiempo adormecido.
Solo conocen el olor del arenque y la humedad,
arcoiris y el silencio del agua absorta y sin palabras.
Un poema de Pilar Moreno Wallace.