19 abril 2007

¡No soporto las patatas fritas!

A cuarto y mitad del camino de mi vida me pasaba las noches contando patas y dividiéndolas por cuatro para saber el número de ovejas que desfilaban delante de mis ojos cerrados.

Si las noches las pasaba en blanco, por el día lo tenía muy negro por culpa de una ingrata que no se conmovía de las historias que me inventaba de amores desgraciados donde el protagonista Clotildo se pegaba un tiro en el cielo de la boca al no ser correspondido por su amada Clorinda, ni de los versos que le recitaba de Bécquer o Campoamor.

Un buen día, no se si por aburrimiento o porque no tenía mejor pretendiente a corto ni medio plazo, decidió que ya estaba bien de cantinelas amorosas y de admiradores que se pelaban de frío por las esquinas para hacerse el encontradizo y que consentía en que nos viéramos de vez en cuando...

Junto con el si que puso a la desbandada las ovejas de mis sueños y los sabañones de mis orejas me dijo que no era necesario que me diera tan malos ratos, que me excusaba de calentamientos de cabeza con poemas copiados e historias cogidas por los pelos que la traían al fresco... y que podía subir a su casa, siempre y cuando, su padre estuviera presente.

- Cuando en las tardes de los días de fiesta paseábamos cogidos de la mano, ora por las ruinas de Polvoranca, ora con una bolsa de pipas de calabaza sin sal callejeando por Leganés, ora nos plantábamos en Madrid para ver una película de estreno...siempre había una chinita que me impedía disfrutar plenamente de su compañía. Y era que a las diez en punto tenia que estar en casa para servirle la cena a su padre el señor don Julio Cesar.

Mi suegro, según su hija, se conformaba con poquita cosa: Unas chuletitas de cordero lechal no muy pasadas. Unas pescadillitas de roscar muy fresquitas. Una tortillita de dos huevos a la francesa. Unos esparraguitos con su capita de salmón ahumado...pero...eso si...acompañando lo que fuese, con un buen plato de patatas fritas.

Esta exigencia de un señor de sesenta a una hija de veinticinco eran muy duras para un novio de treinta. Sobre todo si había que cumplirla en plena canícula en un pueblo como Leganés cuando a las diez de la noche la gente salía a pasear, se tomaban algo fresco en las terrazas, iban al cine de verano, o se alegraban el cuerpo, bailando separados al aire libre.

- Las patatas fritas del señor don Julio Cesar eran insustituibles, Inalterables, eternas... Tan sagradas como la comida que pide la víspera un condenado a muerte. Como la declaración de Hacienda. Como la ultima voluntad de un amigo que aferrándose estuporoso a tus manos con las suyas heladas, con una mirada, vidriosa, que se aleja, se aleja, se aleja...va y te pide con un hilo de voz, que te hagas cargo de su perrita Lauki, de su esposa Loli, de sus peces de colores y de un loro que solo dice palabrotas.

Esta reminiscencia secular de opresión a la mujer por parte de mi suegro en la persona de su hija Cándida, y de rebote a su yerno Vicente, nos obligaban a dejar a los amigos con la palabra en la boca, las raciones a medio consumir y las películas sin terminar, para estar en casa a la hora nefasta.

El tiempo pasa que da grima, muchas costumbres venerables y creencias arraigadas que parecían eternas ahora nos dejan indiferentes. Después que mi suegro pasara a mejor vida (cosa que dudo, porque mejor que con su hija no va a vivir en ninguna parte) Y ahora que libre de cargas familiares no estamos obligados a dar cuentas a nadie ni a estar en casa con hora...Mi Cándida, por extraño que parezca, mantiene la costumbre de recogerse alrededor de las diez de la noche.

Un hábito que me hace dudar de si las patatas fritas no era mas que una excusa, como excusas son las que ahora dice que a los viejos no se nos ha perdido nada de noche por las calles, que a las diez en la cama estés y que de noche todos los gatos son pardos... El caso es, que por una cosa o por otra, me ha tenido enredado todo el tiempo y no he sabido lo que se ha guisado, en la movida Leganense.

Epilogo: Si algunos de vosotros frecuentáis a diario y en horas tardías la bolera de Parque Sur de Leganés, y veis a un señor de unos setenta años con pantalones vaqueros sujetos con tirantes, la camisa de franela a cuadros rojos y negros, con una gorra de pura lana virgen, que no aparta sus ojos de las pistas donde las chicas juegan a los bolos... No penséis que es un viva la virgen, un corruptor de menores, o un vicioso incorregible.

Puedo dar fe, porque le conozco, que este hombre ama profundamente a su mujer, a la que ha dejado en casa viendo la tele. Que lo único que pretende es echar horas fuera con tal de que sean después de las diez de la noche. Y de que jamás le veréis tomar, junto a la cerveza sin alcohol y la hamburguesa... un plato de patatas fritas.

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