En un condado que no se conoce, hace de tiempo ni se sabe, vivía un conde que era joven, rico y que se llamaba Lucas.
Un día lluvioso a mediados de primavera en que se aburría mas que de costumbre le dijo a su administrador:
Mi fiel Arturo: Ha llegado a mis oídos que mis vasallos andan diciendo que soy un tacaño, que los tengo agobiados con impuestos, que solo me preocupo de divertirme y que me parezco a mis padres solo de nombre.
-Estoy dispuesto a cortar de raíz estas habladurías porque no conviene tener el enemigo en casa, y mas ahora, que estoy pensando declararle la guerra al conde Edelmiro por el asunto de los pastos.
-Tu sabes que mi fortuna no me permite ser demasiado espléndido, no obstante creo que mis rebaños no se resentirían si repartiera unos cientos de ovejas entre mis súbditos, escogidas, eso si, entre las mas flacas y viejas.
-Arturo de sobrenombre “El prudente” después de tragar saliva y rascarse las arrugas de la frente, dijo sin levantar la vista de las sandalias: Me he pasado la vida sirviendo a los Lucas: Primero a vuestro abuelo Lucas, después a vuestro padre Lucas, luego a vuestro hermano Lucas y espero servir a los pequeños Lucas que Dios conceda a mi joven señor Lucas... pero de toda la dinastía de los Lucas...
-¡Alto ahí Arturo! con tantos Lucas. Yo solo quiero que hagas honor a tu apodo y me aconsejes sin tantos enredos de familia.
Pues a eso iba mi señor... continuó Arturo mientras levantaba la vista de las sandalias (que ya iban necesitando un cambio) De todos los Lucas que he servido vos sois el mas inteligente y poco podría deciros que vos no supierais. No obstante por la confianza que me da el haber servido fielmente al linaje de los Lucas...me atrevo a sugeriros, que en vez de un regalo que de poco les iba a servir por escaso e inoportuno...mejor les vendría que les eximierais de algún impuesto. Cosa que sería posible si mi señor suprimiera alguna fiesta o torneo y ese afán por acaparar fondos para agredir a don Edelmiro del que nada podéis temer
El joven conde Lucas tras restregarse las manos y dar unas pataditas contra el suelo dijo: Mira Arturo quizás no te falte razón y te prometo estudiar el asunto de los impuestos para un año de estos, pero ahora pretendo que se cumplan mis deseos...¡ah¡ y quiero recordarte que administradores hay muchos pero condes Lucas pocos y le conviene a tus muchos años el no contrariarme demasiado.
Con el verano llamando a las puertas del castillo y como Arturo no daba señales de vida. El conde Lucas le hizo venir a su presencia. Al verle mas encorvado y decaído, el cabello antes espeso y grisáceo ahora ralo y blanco, las manos inquietas, tembloroso de piernas, la voz apagada, la mirada triste, los dedos que se les escapaban de las sandalias...se guardó la reprimenda que le tenía reservada. Por lo que mirándole desde su sillón tapizado en terciopelo rojo le dijo:
¡Y Bien Arturo!
¡Y bien!... ¿Qué? ...mi joven señor Lucas ...balbuceo Arturo.
-Demasiado lo sabes: Te he llamado para que me digas como va el asunto de las ovejas.
-Sobre el asunto de las ovejas habría mucha tela que cortar o por mejor decir mucha piel que curtir. Como recordará mi señor, le advertí de la inoportunidad de vuestra repentina generosidad de la que han venido discordias sin cuento y desgracias imprevisibles que anuncian un final desastroso, incluso para vuestro servidor, a quien le han salido las canas sirviendo a la familia Lucas: Primero a vuestro abuelo Lucas, luego a vuestro padre Lucas, después a vuestro hermano Lucas...
-¡Arturo!... ¡no empecemos!... ándate con cuidado...y no me recuerdes a cada momento lo fiel que has sido, eres y serás con mi familia y cuéntamelo todo sin omitir detalles por desgraciados que te parezcan.
-Pues verá señor: Vuestros mayorales al recibir de mis labios vuestras órdenes, que recibieron con regocijo, empezaron a repartir ovejas entre familiares y amigos escogiéndolas entre las mas lustrosas. Cosa que irritó a vuestra servidumbre desde el mayordomo al mozo de cocina que también os han expoliado. En la aldea fueron peor las cosas: Este se queja de que las suyas son merinas y las del vecino churras, ese que lechal que tiene menos peso que pascual, aquel que carnero, el otro que recental. Hay quien las han sacrificado porque el balido no les dejaban dormir y ahora no saben que hacer con la carne que se le pudre con el calor y os exigen medios para curtir las pieles. Otros no están conformes con el reparto de una res por persona porque son ellos solos mientras que el de enfrente tiene quince hijos, los abuelos y unos primos que han acudido al olor de tanta lana que cortar. De manera que todo son robos, odios, algaradas ... y...
Y...le corta el discurso el joven conde Lucas poniéndose de pies sobre la piel de oso que le servía de estrado ¿es que aún queda mas?
-Aún queda lo peor: dijo Arturo cada vez mas seguro de si mismo: El viejo Edelmiro al ver tanto expolio en vuestros rebaños y desconcierto en los pastores, ha invadido con sus ovejas vuestros dominios y se ha llevado por delante vuestros mejores pastos, y varios cientos de cabezas por añadidura ante el beneplácito de vuestros guardias que están pensado en pasarse al enemigo. Vuestros vasallos andan sublevados y dicen que no piensan seguir pagándoos los impuestos... Creo que podrías consideraros dichoso si no vienen, con don Edelmiro a la cabeza, a meter fuego al castillo con voz dentro...
-Al ver que a su servidor se le quebraba la voz y se limpiaba unas lágrimas con el dorso de la mano, el joven Lucas a quien el relato le había cambiado el color de la cara y vuelto a sentar desmadejado sobre el sillón, dijo con un hilo de voz: Entonces mi querido amigo la situación no puede ser mas desesperada y nos encontramos al borde de la ruina, todos me son infieles menos tu que has servido a mi familia empezando por mi abuelo y terminando por mi...por lo que te ruego que me aconsejes sobre lo que podemos hacer.
-Mi señor no se pero vuestro servidor a sus años no está para muchos desvelos, contiendas, ni privaciones. He pensado solicitar el amparo de don Edelmiro por si quiere darme cobijo para el resto de mis días y confío que acepte mis consejos mejor que mi joven señor Lucas...
-¿Entonces Arturo? ¿esa es tu última palabra? ¿no tienes ninguna otra que decirme?
Arturo a quien se la ido el temblor de las manos, que parece ahora el conde y su señor el criado, enderezando el cuerpo y poniéndose una caperuza de piel de carnero que había tenido entre los dedos dice elevando la voz mientras le da la espalda y se dirige a la salida: ¡Aún me quedan otras tres que serán las últimas!
¿Y son?... Le grita el conde antes de que alcance la puerta la entrada
Arturo enmarcado por el dintel de la puerta, que dignifica su deterioro físico y las sandalias que lleva en chanclas contesta, en el mismo tono, pero con aire triunfante: ¡HASTA LUEGO LUCAS!