Querido Ismael: Quiero que conozcas una historia que se ha conservado en la memoria de nuestra tribu como uno de sus tesoros mejor conservados y que nos cuenta lo que ocurrió a un antepasado nuestro con el gran sabio Salomón.
A nuestro Soberano le gustaba pasear por los barrios más tenebrosos y recónditos de Jerusalén cuyos nombres enrojecían los rostros de nuestras mujeres e infundían temor a los más valerosos de nuestros hombres; lugares infames frecuentados por gentes indeseables...que formando redes secretas, empañaban con sus crímenes el nombre, mil veces Santo de nuestro pueblo.
Al rey mas justo y piadoso le disgustaba tener bajo su manto a hombres incrédulos, y todas las noches vestido pobremente y cubierto con una túnica de lana, se mezclaba entre esas gentes, para con la paz que irradiaba su venerable rostro, su sabiduría y la suavidad de su palabra darles a conocer el dulce nombre de Yahvé.
Una noche, cuando se disponía a regresar a Palacio después de compartir su tiempo en una taberna maloliente con ladrones de ganado y salteadores de caminos, de los que se había ido ganando poco a poco la confianza, se vio rodeado por cuatro malhechores que le exigieron todo lo que llevaba encima a cambio de su vida.
Nuestro Rey, que era tan enérgico en el cuerpo como sabio en el espíritu, les hizo frente con entereza, pero hubiera muerto de no acudir en su ayuda un israelita antepasado nuestro, un joven valiente y generoso, él mas fuerte de entre los fuertes de nuestra tribu.
Puesto en fuga los malhechores. El guía de nuestro pueblo se dio a conocer a su salvador y en prueba de agradecimiento le ofreció su anillo y le dijo que fuera a verle la mañana siguiente a su mansión porque quería obsequiarle con algo más valioso.
No pudo dormir Jhadid en toda la noche y antes de que el Sol se mostrara con todo su esplendor se presentó, decidido, ante las enormes puertas de bronce de palacio. Uno de los centinelas, a la vista del anillo, le condujo al jefe de la guardia, y este a la sala del trono donde estaba el rey reunido con su secretario de más confianza.
Al verle Salomón le dijo a su ministro que los dejaran solos, que se ocupara del refrigerio de la mañana y que ordenara al tesorero que trajera un cofre hasta la mitad con monedas de oro.
Nuestro rey le dio las gracias de nuevo y le invitó a sentarse a su lado rogándole que le hablara de su vida, de su Dios, de sus ambiciones más soñadas. Jhadid le contestó que su vida era la cualquier joven cuya riqueza estaba en la fuerza de sus brazos, su Dios el Dios de nuestro padre Abraham y su deseo más intimo compartir su vida con alguna de las hijas más humildes de nuestra tribu de Benjamín.
La llegada en este momento de dos de las favoritas del rey, trayendo en fuentes de plata frutos frescos y vino dulce, precedidas por el tesorero real con un cofre hasta la mitad con monedas de oro, hizo que el rey guardara silencio mientras pensaba lo que diría a Jhadid. Una vez que sus servidores, sin dar la espalda a su señor, abandonaron la sala le invitó a beber de su misma copa y a que participara también de los frutos frescos
Después de comer y beber en la misma copa. El más sabio de los reyes puso en el cofre el anillo que le había devuelto Jhadid, lo mismo hizo con la copa y la jarra que eran de oro incrustadas de diamantes y le dijo: La suerte querido Jhadid se presenta rara vez en nuestras vidas, y tu te la encontraste anoche al salvarme. Hoy te ofrezco mi amistad junto con uno de estos dos regalos que tendrás que elegir
-Con esta fortuna te aguardan noches de insomnio por el miedo a los ladrones. La envidia de tu familiares por tu buena suerte. Te sentirás incomodo con tus amigos de siempre y buscaras otros mas ricos que te llenaran de halagos pero que a tus espaldas se reirían de tus orígenes humildes, irás con miedo por las calles oscura y apartadas, te olvidaras de la fe de tus padres y adoraras al becerro de oro, te casarás con una cortesana a la que solo interese tu dinero y no volverás a arriesgar tu vida como hiciste anoche por salvarme.
Y con este otro (continuó diciendo) mientras cogía tres semillas de los frutos que habían comido: Dormirás tranquilo sin ser envidiado, nadie atentara contra tu vida porque nada tienes que perder, conservaras tus amigos de siempre, serás feliz con tu esposa que te querrá por lo que eres y que te dará hijos, acabarás siendo rico y poderoso, y lo que es mejor serás amado, respetado y ejemplo de vida para nuestro pueblo.
-Mi rey y señor. Al exponer mi vida para salvar a mi Señor tuve el honor de hacer lo que hubiera hecho el más pequeño de mis hermanos. Mi señor no debe nada a este indigno siervo suyo del que puede disponer de su vida como le plazca. Y solo le aceptare como el don mas precioso, las semillas que han estado en su boca, porque estoy seguro que ellas me traerán, junto con el aprecio de mi señor, muchos años de felicidad..
Le agradó a nuestro Sabio la decisión de Jhadid, y le dio las tres semillas: La una era áspera y rugosa al tacto como las manos de nuestros labradores. La otra achatada, con aristas por un lado y redondeada por el otro como las dos caras de una misma cuestión. Y la tercera era suave al tacto, como las manos de las favoritas de nuestro Rey, y brillantes como la mirada de un niño... y entonces...
...Y entonces... Le interrumpió Ismael, al que le brillaban los ojos, prosiguiendo por su cuenta con la narración. Nuestro Rey le entregaría las semillas con la mejor de sus sonrisas y el bueno de Jhadid se despediría de su Señor besándole las manos...Y aquella misma noche, tras ponerse el Sol, elevando sus plegarias a Yahvé las sembraría en el lugar mas fértil y soleado de su finca junto al pozo de sus padres, y a la mañana siguiente, puesto de rodillas en oración las regaría con el cuenco de la mano. Y pasado el tiempo la tierra le devolvería multiplicados: Los melocotones más grandes y olorosos, los albaricoques mas dulces y tiernos, los nísperos más carnosos y agridulces. Cuyas semillas, sembradas de nuevo, convertirían su heredad en la más fértil de los alrededores de Jerusalén y a el en uno de los más ricos hacendados de Israel.
-No fueron así las cosas, querido Ismael porque Jhadid. Era pobre, el más pobre de entre los hijos de nuestra tribu y no tenía tierras, ni pozo, pero era fuerte, tan fuerte que podría compararse al Sansón del que se habla en la historia de nuestro pueblo, y tan austero como el más austero de los antiguos profetas. Y trabajó duro ofreciendo sus brazos en alquiler a unos y a otros hasta poder comprar unas tierras ásperas y pedregosas; y arranco las piedras con las manos, limpió el campo de abrojos, la sangre brotaba de sus manos por la azada y los espinos, y excavó un pozo e hizo una casa, y pasados los años se convirtió en uno de los más ricos de la aldea... y entonces...
... Y entonces... le interrumpió de nuevo Ismael, el bueno de Jhadid, cogería las tres semillas y las sembraría en la tierra (que había regado con su sudor y abonado con su sangre) En el lugar más fértil y soleado, junto al pozo que había excavado con tanto esfuerzo e invocando a Dios...
No fueron así las cosas querido Ismael... porque Jhadid ya tenía las espaldas encorvadas, las piernas de plomo y el pelo de plata y decidió que le había llegado el momento de descansar; y tomó por esposa a una mujer joven y humilde de la tribu de Benjamín, aún fértil, y dio en renta su finca y pudieron vivir felices sin que les faltara lo necesario para el resto de sus vidas y tuvieron un hijo, que se llamó como tu, y del que descendemos nosotros y entonces...
Y entonces le interrumpió, por tercera vez, con el asombro y la duda pintados en sus ojos ¿Qué ocurrió con las semillas? ¿Para que tanto esfuerzo? ¿De que le ha servido a nuestra familia y a nuestro tribu la sabiduría de Salomón y el desprendimiento de nuestro antepasado Jhadid?
Nos ha servido de mucho, le contestó el anciano con la más dulce de sus sonrisas: De ellas hemos aprendido que aquello que vale mas que la riqueza y la sabiduría de Salomón y por lo que merece que entreguemos nuestras vidas no nos lo puede ofrecer una fortuna conseguida de la noche a la mañana. Tienes que comprender que lo verdaderamente valioso, lo que nos puede hacer felices, aquello por lo que podemos ser recordados por las gentes, suele venir, por lo común, acompañado de vigilias y ayunos, que avivan el espíritu y agudizan la inteligencia, y que todo lo preciosos e inabarcable viene acompañado de mucho esfuerzo y de muchos sacrificios.
La existencia (continuó el abuelo) No suele darnos demasiadas oportunidades y a puesto en nuestras manos la posibilidad de acertar con la más feliz o equivocarnos con la mas desgraciada. Las cosas no son tan buenas como nos parecen, ni tan malas como nos creemos. Yo creo que Jhadid tuvo una decisión, incomprensible para muchos, pero acertada en mi opinión. En cuanto a las semillas nunca se pudrieron en la tierra y se ha venido conservando en nuestra familia de generación en generación, y hoy me siento orgulloso de dártelas como ni padre la recibió del suyo y tu tienes que legar a tus hijos.
No quedo muy convencido Ismael sobre si fue acertada la decisión de Jhadid, porque pensaba, que siendo rico hubiera llevado, también, una vida no menos meritoria. Que con dinero se obtienen medios para hacerse conocer de la gente que no están al alcance de quien se quita el pellejo trabajando... Pero su abuelo, adivinándola, porque no en vano era el más sabio de los ancianos de Jericó, se levantó en ese momento con la excusa de que se iba al huerto a observar unos melocotones y unos albaricoques que estaban empezando a madurar.
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